Reina Roja Jack Escarcha El intercambio Lucía en la noche El Paciente Casi, casi No es mío El jardín del gigante

Alguna vez tuve ...


Alguna véz tuve la sensación de dejarme caer en mi lecho dejando atrás todo lo ocurrido en el día de hoy; pero más lejano en el de ayer.

Llegaba a casa y desconectaba del mundo exterior. Me sentaba en mi sofá con la misma ropa que llevaba desde las seis a.m. y ponía los pies cruzados encima de la mesa con una bolsa de pipas en la mano izquierda y en la contigua el mando del televisor. Mi dedo índice hacía zapping por doquier, sin embargo ningún programa de televisión era merecedor de tener un oyente ausente más, así que cogí mis pertenencias de encima de la mesa en las que hace unos segundos las había dejado y me disponía a marcharme a mi correspondiente habitación. Sí, vivía sola. Total y absolutamente sola. No existía ningún compañero tanto animado como inanimado para hacerme saltar de alegría al traspasar el marco de la puerta; por esa razón mi cara de mustia se empezaba a convertir en monótona.

La ropa se amontonaba en mi armario abierto de par en par como si hubieran entrado a robar y lo hubieran dejado todo patas arriba; me daba igual mirar y que no despertase en mi la necesidad de recoger todo lo que había tirado alrededor. Mis tacones sonaban cansados en la tarima de caoba maciza por los que los dejé a un lado de mi cama y sin cambiarme de ropa me desnudé con desgana y dejadez. Instantáneamente tras ello la solté y cayó al suelo sin emitir a penas ruido alguno. Me tumbé bocabajo abrazándome a la almohada y posicionando mi pelo al lado derecho de mi sien.


Mi nombre es Clarie Foster; y sí, soy famosa. Famosa por mis inexistentes pasarelas, por mis artículos nulos y mis terapias irreales. Sí, soy de todo y un poco de nada. Pero lo único que soy es licenciada en Periodismo barato. He trabajado en las mejores revistas que a día de hoy tienen mayor caché. Adolph, T.I Times, Fashion Victim ... Y una cantidad que me gustaría no mencionar por sus despedidas indecentes. Y aquí sigo en una cutre oficina de esquina en la que me utilizan para hacer fotocopias, sellar contratos y mandar a paseo, a aquellas personas que enviaron su curriculum vitae, con educación. Por ello gano un cuarto de la mitad de lo que ganaba en las grandes magazines estadounidenses. Me movía de un lado a otro hablando con contactos, mi teléfono móvil se podía convertir en una hoguera fácilmente por las llamadas y mensajes que me llegaban diariamente y mi agenda estaba siempre apretada; ya fuera por entrevistas, reuniones o alguna otra cosa que me mandase cualquiera de todos los jefes o cabecillas que estaban por encima de mí; sin embargo, hubiera preferido ese trabajo que esto que tengo ahora a lo que llamaría pasatiempo, pero cobrando.


Me puse a pensar en mi vida en general, en lo que me costó sacarme la carrera y de lo poco que me está sirviendo para realizarme como persona. Soy joven, tengo veintidós primaveras, vivo en una capital estadounidense conocidísima y hablo con mi madre diariamente de cinco y media a seis; media hora da mucho que hablar con una progenitora.


-Hola mamá - saludaba alegremente; o simulando felicidad, a pesar de mi apretada agenda.


-¡Hola hija!, - ella si que lo decía con simpatía y regocijo - como te hecho de menos hija mía. Tu padre no para de mencionarte y yo estoy aprendiendo poco a poco a hacer comida para dos.


-Me alegro mucho mamá. ¿Cómo os encontráis? - típica pregunta diaria.


-Muy bien Cler, me he apuntado a clases de baile de salón. Tu padre se niega a ir pero yo le hago chantaje con el sexo. Es lo que tenemos las mujeres; ellos tienen los pantalones en la casa y nosotras las bragas en la cama - se escuchó una risita de fondo entre diabólica y malévola.


-¡Mamá hombre! - dije medio indignada a pesar de que me puedo esperar cualquier palabra salir de la boca de mi madre.


-Bueno hija cuéntame como te va en esa prestigiosa revista de la que tanto hablas ... - ahora empezaba el diálogo de verdad.


Me llevaba media hora hablando y todo eran alegrías, felicitaciones y risas distorsionadas de mi madre tras el teléfono móvil.


-Mamá te dejo que tengo que seguir con mi trabajo - sí, mi madre eran de las que me llamaban en la media hora en la que tenía que darme tiempo a comerme un triste tentempié y un café que con la conversación se ponía frío y tenía que sacarme otro de la máquina; no he visto un café tan malo en mi vida, eso y agua era lo mismo.


-Vale, hija. Mañana te llamo de nuevo para contarte como me ha ido esta noche bailando con tu padre; no me reiré más en mi vida.


-Mamá compórtate que ya tienes una edad para burlarte de papá.


-¡Ya estamos con los años!. Hija que yo tengo mis cuarenta recién cumplidos - eso es lo que quisiera ella; es de las que cumplen años para atrás.


-Si mamá, como quieras. Yo te digo que estás avisada.


-Hasta mañana hija.


-Adiós mamá.


Colgamos instantáneamente tras nuestra despedida monótona; porque mi vida en sí lo es.

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