Fui a Londres a despedirlo, porque él se marchaba un año a trabajar en un campamento de refugiados en Sudán. Se suponía que se trataba de una separación temporal, pero cuando le dije adiós en el taxi me retuvo y dijo "Bésame otra vez. Es nuestro último beso." No le creí. Esperé durante meses una carta suya, primero con sello de El Cairo, donde tenía que hacer escala durante unas semanas; y más tarde desde Sudán. Pasaron los años, hasta cinco incrédulos años esperando noticias suyas, que nunca llegaron. No quise aceptar la realidad, ni pude aprender nada de aquella situación, tan sólo padecía el dolor, vertiginoso, implacable. A veces me parecía que un perro rabioso me destrozaba el corazón a dentelladas. Recordaba su voz cuando me decía que quería. De aquella situación sólo derivé un dolor yermo que me iba secando el corazón. Temía volver a amar.
Pasaron quince años. En el transcurso de ese tiempo me casé y tuve tres hijos. Un día me enfrenté a la crisis que había en mi matrimonio. Cuando la crisis parecía irresoluble y el amor un espejismo, tuve un sueño. Soñé que me volvía a enamorar. En el sueño sentí el mismo miedo irracional, incontrolable, a sufrir.
Las imágenes que desfilaban en mi sueño corrían veloces hacia el dolor y el fracaso que había vivido hacía quince años. Entonces el sueño se detuvo de repente. A cámara lenta, muy despacio, tuve la oportunidad de revivir ese amor imaginario desde la serenidad y la experiencia. El sueño me decía de una manera clara "Hazlo de forma distinta o volverás a sufrir inútilmente". Y desperté.
Pocas horas después, de forma inesperada, conocí a un hombre del que me enamoré. Pero esta vez frené la incipiente invasión de miedo y de dolor. Intenté aprender a amar. A lo largo de este proceso, he comprendido que, como cualquier otra capacidad humana, el amor es un instinto que todos poseemos pero para el que no estamos todos igualmente dotados. Algunos aman con naturalidad, sin demasiado esfuerzo ni dolor. Pero casi todos podemos aprender a amar mejor. Como todos los aprendizajes, el amor exige esfuerzo, disciplina y ciertos conocimientos. El camino de transformación a través del amor es doblemente complicado, porque requiere superar instintos básicos que surgen de forma natural con el sentimiento del amor, entre ellos la impulsividad y el deseo de amar libremente, sin coartadas, porque asumimos que las emociones "son lo que son" y que no hace falta trabajar en ellas. (Silvia, 42 años).
Brújula para navegantes emocionales; Elsa Punset.
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