Me encuentro perdida en un
concierto de sentimientos puros y reales. Entre los cuales hay una batuta. Yo
soy la batuta.
Dirijo mis movimientos ágiles
y débiles hasta su cuerpo. Me estremezco al sentir sus dedos alcanzar mi oreja
y colocarme el pelo tras de sí. Es tan cálido, tan sensible y el movimiento de la
yema de sus dedos tan sosegado que desorbitan mis sentidos. Me encuentro perdida
en un mar de suspiros. Alientos que se aceleran, miradas que se sienten turbias
y que descansan las unas en las pupilas de otra. Mi mano sube tímidamente hasta
su cuello, en el cual me adentro con vellos erizados. La palma de mi mano
posada en ella y mis compañeros de viaje subiendo por aquella selva negra.
Abriéndose paso entre caminos diferentes.
Suena una melodía de fondo. El
vecino. Había perdido de tal manera la noción del tiempo que no recordaba que
era su momento para ensayar con sus teclas.
La persiana está echada hacia
abajo dejando pasar tímidamente la luz hasta reflejarse en las paredes. La luz
necesaria para admirar su rostro y con él sus labios que se posan en mi frente,
para dedicarle tiempo a ella con sus labios dulcemente.
Sí. Definitivamente era su
batuta. Él guiaba mis movimientos, provocaba que mis suspiros se entrecortaran
al sentir las caricias de sus yemas en mi piel, en mi vello que se manifestaba
desde un segundo plano dejando paso a mis intranquilos nervios que transmitían
sus débiles huellas dactilares en mi cuerpo.
- Dennis… - alcanzaban a
pronunciar mis labios. Me parecía un momento tan perfecto, tan crucial para
nombrarlo y que parase un momento para observar el café de mis ojos y yo el
suyo con esas líneas tan abiertas, ese brillo tan especial que despertaba y en
el que me veía reflejada en aquellas fotografías que posaban, sobre nuestras
cabezas, en su habitación aunque en ese momento no me estuviese mirando.
- Lady… - sus susurros en mi oído agitaba mi sistema
cardiaco. Así era como me llamaba. Como se dirigió a mí en esa cafetería,
repleta de personas, mientras yo leía El
amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence en la que su erotismo y su
sentido filosófico me ensimismaban en una taza de té de vainilla, mi esencia
favorita. Aun lo recuerdo. Recuerdo como se sentó atrevidamente. Como le pedí
lo que quería tomar a una chica y como él me lo trajo, y yo sin mirarle a los
ojos emití un simple “gracias” mientras seguía
bebiéndome las palabras mientras esperaba mi té. Aun ronda en mi cabeza ese “El amante de Lady
Chatterley... Uhmmm… Interesante. Un título muy poco apropiado para una
señorita que no necesita de esos hombres pasajeros”. En ese momento alcé mi cabeza y con ella mis pupilas. Mirándole fijamente. Su sonrisa. Sus dientes perfectamente
alineados entre sus labios impactando destellos en mis ojos. Y como mis labios
se unían a su estado de ánimo convirtiéndose en una fina línea cóncava mientras
agarraba mi taza y le daba un sorbo a aquel aroma que desprendía de entre el
humo caliente en ese local.
Quien fuera batuta de ese dennis..... Jaajaja
ResponderEliminarUn gran relato... Bastante subidito de tono que me deja con ganas de saber más. Y también me deja con ganas de leer ese libro que mencionas... Voy a tener que buscarlo jeje. Un gran texto, muy tú, muy increible y haciéndolo personal.
Te quiero mi niña bonita