Reina Roja Jack Escarcha El intercambio Lucía en la noche El Paciente Casi, casi No es mío El jardín del gigante

La antigua magia de Lisa Kleypas.


Inclinándose sobre ella, Gideon se acomodó entre el montón de tela de su falda. Él desabrochó los primeros botones del corpiño y bajo la parte superior de su enagua hasta dejar al descubierto las suaves curvas de sus pechos. Ella deseó besarlo en ese momento. Deseaba su boca sobre la de ella, su lengua ... el sólo pensarlo atrajo un gemido de su garganta.
Respirando agitadamente, Gideon acomodó su cuerpo más sobre ella, alcanzando algo por detrás de su cabeza. Ella sintió el ruido del hielo, y por un momento se preguntó si él iba a tomar un trago justo en este momento. Pero sólo agarró un fragmento de hielo de la copa y se lo introdujo en la boca, y luego, para el asombro de ella, el acercó su cabeza sobre ella. Él doblegó la punta de su pecho con un beso helado, su lengua pasando sobre su pezón con ágiles y heladas caricias. Livia se contoneó debajo de él con un grito de asombro, pero Gideon la sostuvo y persistió, hasta que el hielo se disolvió en su boca caliente.
La fuerte presión de su excitación presionaba contra la parte interior del muslo de ella, mientras que cada caricia de la boca de él tensaba un resorte de placer en las entrañas de Livia.
Deslizando sus manos en el suave y mojado cabello dorado de él, mantuvo su cabeza contra ella, mientras que sus caderas se movían hacia arriba.
Pero Gideon la soltó de repente, separándose de ella con un gemido.

Los errores son los que nos mantienen vivo.

En esta vida lo que cuentan son los errores.

Nos movemos por inercia, pensamos que todo lo que hacemos es lo correcto; pero, existe un 50% de probabilidades de que lo que hagas sea lo mejor para ti o lo peor para los demás. Hace poco me he dado cuenta que las veces que lloramos no se corresponden con los momentos de felicidad. Que por mucho que sonrías nunca llegarás a ser plenamente feliz y que las personas que tienes a tu lado no siempre lo van a estar.

También debemos percatarnos de que no siempre nuestra melancolía gira entorno a nuestra cabeza, sino que  se distribuye formando un círculo vicioso en el que las personas importantes te defenderían a capa y espada; sin embargo, nunca es suficiente.

Damos cien millones de pasos en falso a pesar de que sólo hemos andando noventa millones. Es decir, nos equivocamos más veces de la que nosotros nos imaginamos pero ... ¿a quien le importa? A los afectados. Porque esos son los únicos que importan en ese momento. Los heridos en guerra son al final los que salen mal parados y los que salen ilesos son sólo un pequeño recuerdo de lo que han vivido durante la batalla.

No obstante, esos pequeños recuerdos sólo pasarán a nuestra memoria victoriosos de una caminata que a pesar de tornarse dura ha sido conseguida; pero si abandonamos la guerra, sólo nos quedará la desesperación, el pensamiento de imaginarnos en esa lucha continua y de lo que podría haberse ganado si nos hubiéramos huido como cobardes.

No boundaries

Estar volando por el cielo. Creer que tienes el mundo en tus manos y de repente darte cuenta de que lo que tienes entre ellas es un trozo de olvido.

Tal vez, la inocencia de pensar que podías tener algo que se tornaba oculto e imposible te dio las suficientes fuerzas para luchar por ello; pero, lo vas perdiendo por momentos.

Ha sido como volar por el cielo sin alas, como caminar sin zapatos, como obtener un premio y que te lo arrebaten.

Ha sido un impacto en el suelo del que costará levantarse.
Ha sido como quitarle una piruleta a un niño y el corazón a un adulto.