Reina Roja Jack Escarcha El intercambio Lucía en la noche El Paciente Casi, casi No es mío El jardín del gigante

Concierto de sentimientos [2]


Aún recuerdo con qué descaro, y a la vez orgulloso de sí mismo, pagó aquel té de vainilla que entraba caliente por mi garganta y hacía que la palma de mi mano derecha estuviera cálida mientras que con la izquierda agarraba el libro El amante de Lady Chatterley. Salí de aquella cafetería que olía a puro café encerrado en débiles saquitos con unos lazos alrededor ahogándolos para servir de souvenir a cualquiera que no hubiera visitado aquellos lares o simplemente para consumo propio. Antes de colocar mi cuerpo al completo fuera de esas paredes con aroma a cafeína miré de reojo hasta donde estaba ese camarero de pantalón negro y camisa impolutamente blanca con su pajarita negra y calzando grandes zapatos, del mismo color que toda su vestimenta, para dedicarle una sonrisa de agradecimiento e irme directamente hacia mí oficio.

Hacía frío. Un frío congelante de esos que dejan los dedos como escarpias, engarrotados en la carpeta que viajaba conmigo a casi cualquier parte. Caían despacio y sin amenazas unas pequeñas gotas de agua, pero nada por lo que preocuparme ya que empezaron a asomar casi llegando a mi destino. Entré en la oficina haciendo el típico ruido del impacto de mis tacones sobre el frío mármol de aquel edificio de tres increíbles plantas. No era nadie importante, ni siquiera me pensaba alguien en aquella empresa; pero, si mi jefe pensaba que mi trabajo era el correcto y que merecía un ascenso ¿quién soy yo para llevarle la contraria a aquel buen hombre?


Concierto de sentimientos

Me encuentro perdida en un concierto de sentimientos puros y reales. Entre los cuales hay una batuta. Yo soy la batuta.

Dirijo mis movimientos ágiles y débiles hasta su cuerpo. Me estremezco al sentir sus dedos alcanzar mi oreja y colocarme el pelo tras de sí. Es tan cálido, tan sensible y el movimiento de la yema de sus dedos tan sosegado que desorbitan mis sentidos. Me encuentro perdida en un mar de suspiros. Alientos que se aceleran, miradas que se sienten turbias y que descansan las unas en las pupilas de otra. Mi mano sube tímidamente hasta su cuello, en el cual me adentro con vellos erizados. La palma de mi mano posada en ella y mis compañeros de viaje subiendo por aquella selva negra. Abriéndose paso entre caminos diferentes.


Suena una melodía de fondo. El vecino. Había perdido de tal manera la noción del tiempo que no recordaba que era su momento para ensayar con sus teclas.
La persiana está echada hacia abajo dejando pasar tímidamente la luz hasta reflejarse en las paredes. La luz necesaria para admirar su rostro y con él sus labios que se posan en mi frente, para dedicarle tiempo a ella con sus labios dulcemente.

Sí. Definitivamente era su batuta. Él guiaba mis movimientos, provocaba que mis suspiros se entrecortaran al sentir las caricias de sus yemas en mi piel, en mi vello que se manifestaba desde un segundo plano dejando paso a mis intranquilos nervios que transmitían sus débiles huellas dactilares en mi cuerpo.