Caminaba a paso lento, después de haber llamado al porterillo para que me abrieran la puerta, por el jardín que se encontraba a la entrada de la Residencia. A mi espalda notaba como la mirada de alguien se clavaba en mi, pero no hice ningun caso. Sabía perfectamente de quien se trataba y mirar hacia atrás sería ponerme los dientes largos.
Me adentré en la Residencia viendo a la secretaria aun en recepción, seguramente fueran cosas de papeleos. Tampoco es que me importase mucho y no tenía pensado preguntarle, así que seguí andando hacia mi destino.
-Por si no lo sabe señorita Jonhson la Residencia tiene un toque de queda a las doce de la noche se cierran las puertas para todo el mundo. Se lo he dejado pasar porque es el primer día y aun no ha salido ningún comunicado, de hecho estoy trabajando en él. Así que haga el favor de que no se vuelva a repetir esta tardanza o tendré que comunicárselo a la dirección - dijo parándome en seco al escuchar mi apellido y sin ningún tipo de reparo.
-De acuerdo, no será necesario.
¿Pero cómo va a comunicarle nada a la dirección si ya soy mayor de edad y entro y salgo lo que me da la realísima gana?. No quería discutir, por lo que le dí las buenas noches lo educadamente que pude en el momento y me marché.
Llevaba la llave de la puerta, la tarjeta, en la cartera que se encontraba en el pequeño bolso que llevaba colgando de mi hombro derecho. No me gustaba llevar siempre bolso, sólo en ocasiones especiales y ese momento lo requería. Pretendía hacer el menor ruido posible al entrar después de que se abriera la puerta para no molestar a mi compañera de habitación, la cuál no me caía demasiado bien pero tampoco iba a hacerle la vida imposible si ella no me la hacía a mi, por supuesto. Para mi sorpresa estaba aún despierta. Lo que más raro me resultó fue no ver a Janet por ahí rondando o como digo yo "haciendo amigos".
-Hola - saludé sin ningún tipo de reparo.
-Buenas noches, Jonhson - dijo sin ni siquiera mirarme a la cara. Estaba muy metida en aquello que estuviera haciendo en su Netbook.
Parece ser que por Francia las personas se dirigen hacia otras por sus apellidos pero con Jacques yo no podía, de hecho ni con Jacques ni con nadie. No estaba acostumbrada pero si era así no me quedaba más remedio. Fui al armario que me correspondía y en el que la misma tarde de este mismo día guardé la ropa que se encontraba en mi correspondiente maleta. No hacía frío pero tampoco demasiada calor así que opté por unos pantalones que llegasen a la rodilla y una camiseta de mangas cortas, de todos modos si llegase a tener frío siempre tenía la posibilidad de taparme pero si me entraba calor iba a ser más difícil quedarse en paños menores con alguien a tu lado que conoces de cinco minutos. Entré en el baño, donde se encontraban todas mis pertenencias como mi cepillo de dientes, zapatillas, peine, etc. Sin embargo, mi espacio no era nada comparado con el de Edelmira; ya que había utilizado casi en su totalidad los cajones del mueble que estaban situados debajo del lavabo. A mi me daba absolutamente igual yo con tener un pequeño espacio para mis cosas me bastaba y me sobraba. Mi madre solía decirme que yo podría vivir perfectamente en treinta metros cuadrados a lo que mi padre añadía que quizá en menos de eso. Yo no estaba de acuerdo, bueno en parte sí. Siempre lo he tenido todo recogido, o casi siempre. Ese casi es porque alguna vez que otra iba a llegar tarde a alguna cita y dejaba todo patas arriba pero llegase a la hora que llegase o estuviera en el estado que estuviera tenía que recogerlo antes de tirarme redonda en la cama. Soy así de especial.
No había cenado, pero tampoco tenía ganas de ello. De todos modos me extrañaría que a las doce y pico de la madrugada hubiera en la cocina algo para comer o mejor dicho alguien. Llevaba un día en Paris y todavía me costaba adaptarme a algunas costumbres como el horario o la utilización de los apellidos a los nombres de pila. Me cepillé el pelo, de hecho recuerdo que desde los quince años todas las noches lo hacía se convirtió en mi como una costumbre, me lavé los dientes y cambié mis deportivas por mis zapatillas de estar por casa. Salí de nuevo con la ropa en mis manos doblada para guardarla de nuevo en el armario donde saqué la que ahora llevaba puesta. Encendí mi lámpara de lava morada. Las camas estaban puestas de forma en que la de mi compañera y la mía estuvieran en paralelo y pegadas a la pared encontrandose así juntas las pequeñas mesitas que había a cada lado, en mi caso al derecho y en el suyo al izquierdo.
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