Cuando llega el crepúsculo no llevamos activado el botón on. Al contrario, estamos totalmente off y lo que buscamos en una noche cálida o gélida en el calor de una buena copa de alcohol que se va multiplicando por tres a cada cinco minutos de la noche.
La finalidad es la vida que lleva un búho. Salir por la noche. No queremos recogernos. No nos cansamos de escuchar pop internacional o música que retumba en nuestros oídos y que trastoca nuestra cabeza. Necesitamos un día de resaca. Un día en el que aclarar las ideas. Vivimos por la noche y dormimos por la mañana. Despierta nuestro interior con el estruendoso sonido de aquellas noches que acababan en mañanas debatiéndote entre la vida y la muerte y en las que la euforia no daba pie a retener nuestro cuerpo.
Las horas en las que todo el mundo duerme y tú sin embargo permaneces despierto hasta que el cuerpo te pida parar, cosa que no ocurrirá, es cuando ocurre el momento en el que pasan los efectos de entusiasmo y extraversión y no sólo se desmorona tu cuerpo sino que a él va acompañada la mente.
Cuando consigues ponerte en pie y te percatas de que tu cuerpo no da más de si es cuando decides seguir con la fiesta. Ni tu propio cansancio mental y físico pueden parar a la fiera de las juergas. Has perdido el norte en cuanto a tiempo y espacio. Es demasiado tarde para los jóvenes pero demasiado temprano para alguien que ha empezado a vivir de madrugada.
A pesar de ello, de esa desinformación o exceso de información, la deshidratación se ha convertido en tu enemiga. Y bebes y sigues bebiendo hasta que el alcohol no provoca efectos positivos en ti, pero ya es tarde para despertar a tu conciencia que navega en un mar de líquido destilado.
Quieres acabar la noche, no sabes como, ni por qué. Sin embargo, no eres tú el que acaba con ella, es la oscuridad del anochecer la que ultimará contigo.
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